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Ruta 022. Aratorés, Borau, Aísa, Valle de Jasa.

 

El 13 de Julio de 2007 llego a Aratorés, para acceder a los valles de Borau y Aísa, cuenta con un tramo de Camino de Santiago, que corre a sus pies, paralelo a la carretera, y conserva, rehabilitado, el antiguo molino harinero, próximo al río Aragón.
Este precioso pueblo, asomado al valle desde el borde de una pequeña y apacible llanura, a 1021 metros de altitud, al pie de la Sierra de los Ángeles, divisoria con el Valle de Borau, que ha sabido conservar intacto el
ambiente rural y un conjunto arquitectónico bien cuidado. Pertenece al municipio de Castiello de Jaca, de la Comarca de la Jacetania. Desde su anexión en 1845, conforma la parte septentrional del actual término municipal de Castiello de Jaca. Tiene cinco vecinos (casas) en 1495, que ya ascendían a 11 en 1845 y a 17 en 1857, con 109 habitantes. La población alcanzó su máximo histórico a principios del S-XX, cuando el censo de 1910 registra 114 habitantes de hecho y 117 de derecho. A partir de entonces, comienza un lento declive demográfico que lleva a los 73 habitantes en 1970 y los 42 que se registran a comienzos del siglo XXI. La cercanía
Su iglesia parroquial de San Juan Bautista, originariamente románica, (siglo XII) de una sola nave y ábside orientado al este. La portada de ingreso, de medio punto, abre en el muro meridional y es de líneas sencillas. Sobre ella se colocó en 1607 el primitivo crismón. Al interior muestra la cabecera original, cubierta por bóveda en cuarto de esfera. Fue ampliada y reformada en época barroca (siglo XVII) con una nueva sacristía y torre al tiempo que se modernizaba la estructura y decoración de la nave. El altar mayor es también obra barroca de madera dorada. Pero lo más conocido del templo es la lápida incrustada al exterior, junto a la portada. Por su antigüedad y extensión es una de las inscripciones Más destacadas de la Jacetania. Datada en la era 939 (año 901) procede de una antigua ermita cercana al pueblo, al igual que otra más pequeña, recolocada junto al crismón, dedicada al difunto llamado Atto.

También de origen funerario son las losas reaprovechadas como pavimento de acceso a la puerta de la iglesia.

Tiene fama Aratorés de ser el pueblo del valle que mejor ha sabido conservar la arquitectura tradicional y el ambiente rural. En efecto, un paseo por sus tranquilas calles permite contemplar un buen muestrario de edificios de interés, relativamente bien conservados o restaurados. En mamposterías de piedra se construyeron los muros y labrada en sillares destaca en portadas y ventanas. Por otra parte, todavía se conservan bastantes cubiertas de losa y algunas chimeneas troncocónicas, tan escasas ya en los pueblos circundantes..la zona de eras y pajares se levantó al este del casco urbano dominando el valle con magníficas vistas hacia la Peña Collarada.

 

La cercanía del río Aragón, importante vía de comunicación desde antiguo, y la amplitud del valle (en tiempos denominado Bardaruex: el valle de Aruej) explican la antigüedad y densidad de la ocupación humana en esta zona. Se han detectado indícios de época romana y fueron más numerosos los núcleos de población durante la Edad Media. Frente a Aratorés existieron las aldeas, que una vez despobladas se denominan pardinas, de Izuel y Atrosillo (hoy Trujillo); mientras que hacia el sur existió la de Esporrín.

Aratorés suena ya en documentos de finales del siglo XI y desde 1206, mediante donación de pedro II, el lugar se vinculó al Cabildo catedralicio de Jaca. La dependencia respecto a la seo jaquesa perduró hasta el final del Antiguo Régimen y la extinción de los señorios (entrado ya el siglo XIX). Siempre basó Aratorés su economía en los recursos agrícolas y ganaderos siendo escasa su potencialidad forestal. Y cabe destacar la presencia junto al río de dos batanes, propiedad de D.Francisco Osanz a mediados del siglo XIX.

Con un maravilloso cielo azul llego a Borau.

Borau tiene categoría de Villa, lo que habla de su importancia en el pasado como núcleo de población y notorio centro agrícola, ganadero y forestal del territorio. Está situada en la cabecera río Lubierre.
Las huellas de ese esplendor están presentes en todo el casco urbano, en las fachadas de algunos de sus edificios y en la entidad de muchas de las casas que han sido restauradas con un gusto exquisito. Está situado a 1.008 metros de altitud y lo atraviesa el río Lubierre, afluente del Aragón. En la entrada del pueblo se levanta el edificio de las antiguas escuelas construido en 1928, un bello e insólito exponente de arquitectura civil en el Pirineo. Sus calles angostas, empedradas y llenas de detalles, su iglesia del siglo XVI vigilando desde lo alto de la localidad, los tejados de pizarra y losa, y las chimeneas pirenaicas lo convierten en uno de los núcleos mejor conservados de la zona.
Destaca en un promontorio, la iglesia parroquial de estilo rural aragonés del Siglo XVI Aunque pudo existir un templo románico -del que quedaría como único testimonio un tímpano con un crismón embutido en el muro Norte del presbiterio-, la actual iglesia parroquial obedece al proyecto constructivo que (en la segunda mitad del siglo XVI) probablemente realizara el maestro constructor Juan de Landerri, autor de la capilla de la Santísima Trinidad de la catedral de Jaca y del claustro de las benedictinas de esta misma ciudad. La iglesia presenta planta de una sola nave de amplias dimensiones, con coro alto a los pies, y se cierra al Este mediante un ábside poligonal de tres lados reforzado con contrafuertes en los ángulos.

En el tramo inmediato al presbiterio se proyectó la apertura de dos pequeñas capillas laterales, con la intención de dibujar una aparente cruz latina. De estas capillas sólo se conserva la del lado Sur sobre la que asienta la torre. En el lado Sur del último tramo se abre una sencilla portada clasicista cobijada por un pequeño pórtico. A pesar de que la capilla lateral se aboveda con crucería estrellada y de que existen los arranques de otras bóvedas de crucería, el sistema de cubiertas que existe en la actualidad revela que o bien no pudieron voltearse entonces o bien se vinieron a tierra en un momento indeterminado (lo que ha obligado a utilizar un cielo raso en el tramo de los pies, una sencilla bóveda de arista en el central y a organizar la cabecera en dos pequeños tramos uno de cañón con lunetos y otro trapezoidal en el ábside cubierto con bóveda arista).  El retablo mayor está dedicado a Santa Eulalia y es obra contratada en 1568 por Leonardo de Labárzana y su hijo Lope, concluyéndose hacia 1571. Estructuralmente obedece al modelo de retablo de entrecalles definido en tierras aragonesas ya a mediados del siglo XVI, lo que obliga a considerarlo una obra arcaizante. Consta de sotabanco, banco, dos cuerpos y áticos. El sotabanco presenta paneles con decoración en relieve con motivos vegetales y bustos de perfil. El banco tiene esculturas sedentes de los cuatro evangelistas y en los extremos las de San Jerónimo y San Victorián. En el primer cuerpo se encuentran las tallas de distintos santos presididas por la de Santa Eulalia. En el segundo cuerpo se hallan otras imágenes presididas por un medallón con la Virgen y el Niño. Por último, en el ático figura el tradicional Calvario.  Otra pieza debida a los mismos escultores es el retablo de San Pedro, cuya imagen titular se halla actualmente sobre el tabernáculo del retablo mayor. Consta de banco, un cuerpo articulado en tres calles y ático, ocupando las calles laterales del cuerpo las imágenes de San Miguel, (según el modelo utilizado por el florentino Juan Moreto en el retablo Lasala de la catedral de Jaca), y la de San Antonio de Padua.  A los pies se ubica el coro cerrado con un excepcional antepecho de madera que hay que relacionar con los de otras parroquiales de la comarca como las de Santa Ana de Mianos, San Miguel de Lorbés y San Pedro de Sinués. Es obra de la segunda mitad del siglo XVI. La iglesia conserva también varias obras barrocas: el retablo de la Inmaculada, fechado en 1692, el retablo de la Virgen del Rosario obra del siglo XVIII y un Crucificado del siglo XVII de considerable calidad.

Después de disfrutar de este agradable paseo por Borau me dirijo en dirección a Aísa, y a un kilómetro sale a nuestra derecha, en dirección norte otra pista asfaltada; pero llena de baches (promesas en prensa local de arreglarla en el año 2001) que en mil metros más nos lleva hasta la puerta del antiguo monasterio. Lo que contemplo me deja maravillado.

San Adrián de Sasave (S. X), que fue uno de los monasterios más importantes de la Alta Edad Media, aunque actualmente sólo queda una iglesia rodeada por los torrentes de los barrancos de Cáncil y Lupán. Esta ermita ha permanecido mucho tiempo sepultada (se desescombró en 1963) debido a los aluviones arrastrados por las aguas del torrente de Lopán y destrucción por un incendio acaecido en el siglo XVIII. Fue sede del Obispado de Huesca después de la conquista Musulmana (siglo VIII), y hasta el siglo XIII fue el centro de educación de los príncipes aragoneses.

El primitivo monasterio fue fundado por Galindo Aznárez II, tercer Conde de Aragón, en la segunda década del siglo X. En el año 924 el Condado de Argón se incorporó al Reino de Navarra y el obispo de Pamplona decidió reorganizar a nivel eclesiástico el territorio del Reino. Para ello creó nuevos obispados, estableciendo la sede del Aragonés en San Adrián de Sásabe y nombrando a su frente al obispo Ferriolo.

Extraña que la sede episcopal no recayese en San Pedro de Siresa, más antiguo y de mayor importancia. Se pudo deber esto a que la disciplina monástica de Sirena era Carolingia y la liturgia romana, mientras que en las iglesias de Navarra y de la de Huesca mozárabe regía la tradición cultural de raigambre hispano- visigoda. Tres obispos de Huesca salieron de esta iglesia y a su muerte fueron enterrados aquí. En 1077, con el avance de la reconquista cristiana, la sede episcopal se traslada a Jaca.

Las teorías sobre Sasave son variadas pero la que mayor relevancia ha adquirido con el paso del tiempo es la que defendía el Padre Ramón de Huesca en el siglo XIX. Según ésta, San Adrián de Sasave fue un cenobio visigótico en el que se refugiaron los obispos de Huesca en su huída de la invasión árabe. Con ellos dice la leyenda que se llevaron el Santo Grial, tenido como cáliz de la Última Cena, permaneció en este lugar antes de ser trasladado a San Juan de la Peña, y posteriormente a Valencia, donde actualmente se halla, lo que explica buena parte de la gran trascendencia histórica del monasterio entre la cristiandad. De hecho parece claro que el cenobio fue sede episcopal de Aragón a partir del siglo X y hasta que se creó la sede de Jaca en 1077.

La iglesia que contemplamos hoy es románica, de influencias jaquesa y lombarda, levantada a finales del siglo XI, con posterioridad a la fundación del monasterio.Ni de este monasterio, ni del primitivo templo visigótico quedan vestigios, al menos a la vista.

San Adrián de Sasave muestra una sola nave rectangular con presbiterio y ábside semicircular cubierto por una bóveda de cuarto de esfera. El interior es extremadamente adusto. El único adorno de los muros es una imposta volada. En el exterior los detalles arquitectónicos son más profusos y así podemos observar un sencillo ajedrezado que enmarca el arco de la puerta sur.  La portada occidental ofrece numerosos elementos del arte románico jaqués y característica que recuerdan a la cercana iglesia de Santa maría de Iguacel. Está formada por tres arquivoltas en degradación, dos dóvelas sobre jambas y entre ellas un baquetón quíntuple que apoya sobre dos columnas con capitel, uno de motivos vegetales y otro muy  deteriorado, con posibles figuras humanas. Todo el conjunto está enmarcado por un cordón ajedrezado y, sobre él, un ventanal alargado.

El ábside está decorado por un friso de quince arquillos lombardos apoyados en cuatro lesenas. Se divide así el muro en tres paños en los que los arquillos, en grupos de cinco, se asientan sobre ménsulas de variada decoración, entre ellas una mano empuñando una cruz, símbolo del mártir San Adrián. Bajo cada grupo de arquillos se abre un ventanal de doble arco de medio punto abocinado. Otra de las ménsulas representa una cabecita humana a modo de signatura del obispo Sancho de Larrosa.

En el muro sur se abren tres ventanales alargados en la parte alta. A tras de suelo, junto al muro, descienden unas escaleras hasta una puerta de acceso lateral a la iglesia, con cordón ajedrezado y arquivolta dovelada, sobre jambas biseladas. Junto a ella podemos leer la inscripción “HIC REQVIESCAT TRES EPISCOPI” avalando el entierro en Sásabe de los tres obispos oscenses.

Según las leyendas populares San Adrián de Sasave junto con San Juán de la Peña y la Peña Oroel son los tres vértices que conforman  un triángulo de tierra mágica al que se le atribuyen poderes esotéricos. Desde aquí me dirijo al Valle de  Aísa y su bonito pueblo al que da nombre.

Aísa da nombre a uno de los valles más bellos y desconocidos del Pirineo aragonés. Abierto a través del río Estarrún, afluente del Aragón, se inserta en una amplia banda de suelos pardos calizos forestales sobre Pleisteoceno. El aprovechamiento forestal y la ganadería vacuna y ovina constituyen la principal actividad económica, apoyada por una agricultura de subsistencia condicionada por el clima de montaña, de largos y fríos inviernos. Aísa (1.045 metros de altitud) es la cabecera de un municipio formado también por Esposa y Sinués. El núcleo de Aísa destaca por el excelente estado de conservación de buena parte de sus casas y por las esmeradas rehabilitaciones realizadas, que han logrado mantenerse fieles al inconfundible estilo de la arquitectura popular de montaña. Tejados de pizarra, bellas chimeneas y fachadas con la piedra cara vista se reproducen con agradable armonía a lo largo del casco urbano. En todo el valle se conservan tradiciones y costumbres ancestrales que forman parte de la historia de sus gentes y que conviven  a la fuerza con los nuevos modelos de desarrollo, que para mí, acabarán con la belleza de este Valle. Me dirijo a Jasa por lo que paso por el  nuevo recinto deportivo y de ocio construido en Aísa a orillas del Río Estarrún a un kilómetro del pueblo. Este espacio abierto cuenta con un campo de fútbol, una cancha multiusos (tenis, fútbol sala, baloncesto...), merendero y una preciosa piscina de reciente construcción. Una vez superada la ascensión de La Loma de Aísa, puerta de entrada al Valle de Jasa, descanso en un refugio situado allí y que marca 1277 metros de altitud. Cuando llevo unos dos kilómetros de descenso hacia Jasa decido volver y dejar su visita para otra vez. De vuelta entro en la pequeña carretera que se dirige hacia el Norte siguiendo el curso del Río Estarrún, me lleva hacia  las cumbres de Aspe, Llana Cantal y Llana del Bozo, después de varios kilómetros en esa dirección decido darme un baño en el Río Estarrún. Desde aquí sin paradas emprendo el regreso.

Las fotografías aparecen por orden de ruta:

Serafín Martín.

Fuentes propias y: www.jaca.com www.lospirineos.info/aragon, www.romanicoaragones.com

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